"La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud."
Hemos oído que la palabra "hipócrita" viene de algunas palabras griegas que se refieren a una máscara que usa un actor. Ciertamente, los hipócritas son expertos en ocultar sus verdaderos sentimientos. Pero la máscara también representa un intento de imitar a otra persona. Y de ahí obtenemos la cita que aparece en cursiva arriba.
Cuanta más virtud hay en una sociedad, más inteligentes deben ser los hipócritas para imitarla. El mero hecho de que las personas simulen ser amables, generosos, tolerantes, honestos, humildes, pacientes y sexualmente castos sugiere que han sido influenciados por otros que exhiben esos rasgos genuinamente.
Si se hiciera un anuncio (y se hiciera convincentemente) de que cualquiera de esos rasgos ha dejado de existir en la realidad, y que cualquiera que aparente poseer ese rasgo simplemente está fingiendo, entonces todos los que llevaban esa máscara en particular podrían simultáneamente abandonar la fachada, y habría poca vergüenza para cualquiera de ellos, aparte de reírse de los días en que creían que era necesario fingir tal virtud. No habría más necesidad de rendir un homenaje genuino a una virtud que ya no existe.
Desafortunadamente, esa es una descripción bastante precisa de dónde estamos parados en este momento, en el desarrollo de la historia humana. En las últimas décadas se ha visto, por ejemplo, el abandono de prácticamente toda pretensión de castidad sexual. Este movimiento ha sido considerado por algunos como una especie de revolución de honestidad, y por otros como un rápido descenso al infierno. Cualquiera que sea la forma en que lo mires, la gran mayoría de la población del mundo occidental ahora parece estar de acuerdo con que las pretensiones de castidad sexual que alguna vez tuvieron, eran solo eso... pretensiones. Y así, la máscara de castidad ya casi no existe. No hay necesidad de pretender poseer algo que la mayoría de la sociedad ha aceptado que es inexistente, o que solo era poseído por personas que eran hipócritas de una forma u otra.
Hace unos años, en Australia, se produjo otro punto de inflexión con respecto a la máscara de la tolerancia racial y religiosa. Llegó en la forma de una mujer política que se llama Pauline Hanson.
Sorprendió a toda la nación (y a una buena parte del mundo) con la revelación de hasta qué punto toda la idea de "tolerancia" y de "seamos justos" ("A fair go," en inglés) habían sido solo una máscara, usada por gran parte de la población australiana porque no querían ser vistos como políticamente incorrectos. Pauline se quitó su propia máscara y comenzó un efecto dominó que se extendió, primero, a través de las filas de la ultra derecha, luego a la Coalición del Partido Liberal y Nacional (el partido conservador), luego al Labour Party, en la última elección e incluso a algunos de los partidos independientes, que abolieron acuerdos para no oponerse a una postura dura contra los refugiados que buscan asilo en Australia.
Las máscaras cayeron al suelo en todo el continente, y la gente se sorprendió al enterarse de que más del ochenta por ciento del país estaría feliz de ver a los refugiados ahogarse en el océano, volver a casa y ser asesinados por gobiernos opresivos, o pudrirse indefinidamente en jaulas en las islas del Pacífico o en el interior de Australia. La intolerancia y el racismo tenían los números, y ya no había ninguna necesidad de que estas personas fingieran. En todas partes, el público ahora habla abiertamente y con orgullo de su odio e indiferencia hacia los refugiados. Los refugiados son denigrados diariamente en los periódicos y en las radios de todo el país. Una nueva "revolución de honestidad" ha fascinado realmente a Australia.
Todo esto no significa necesariamente que cosas como la tolerancia y la castidad sean totalmente inexistentes. Pero sí nos dice que se han ido los días en que las personas virtuosas podrían beneficiarse de los valores del pasado. Los gestos simbólicos de virtud ya no son suficientes para ganarse el respeto de las masas, y en realidad hasta pueden ser opuestos por las masas (y por los medios de comunicación).
Para tener alguna esperanza de revertir este estado lamentable con respecto a la tolerancia, las personas buenas en todas partes necesitarán unirse y demostrar su bondad como nunca lo han hecho antes. Personalmente creemos que hay una avalancha de maldad, que está cobrando impulso, y tomará más que caras sonrientes y pensamientos positivos para frenarlo, y mucho más para revertirlo. Debemos estar preparados literalmente para morir por lo que creemos... si es que, de hecho, alguna vez morimos por nuestras creencias en la realidad. La verdadera virtud es así. La virtud que solo existe cuando es conveniente y cuando opera a nuestro favor o mejora nuestra autoimagen no es virtud en absoluto.
Estamos siendo desafiados por los quita-máscaras a manifestar realmente estas virtudes o a callarnos.
Trágicamente, los desafíos están comenzando a extenderse a otras áreas también. A los activistas no violentos, por ejemplo, se les dice ahora que acepten la violencia como una solución más conveniente para los problemas del mundo. Solo aquellos con el compromiso más profundo con la no violencia (es decir, un compromiso con la virtud como un fin en sí misma, y no como una herramienta para lograr otro fin) podrán resistir los argumentos.
La deshonestidad del peor tipo ahora se está aceptando como una parte necesaria de la política y de los negocios. Las personas hablan abiertamente en defensa de los gobiernos y de otros líderes que mienten para ganar guerras y elecciones, y para protegerse a sí mismos y a su propia forma de vida egoísta, cruel e indiferente.
El cristianismo y todo lo que representa está bajo ataque también. En las enseñanzas de Jesucristo encontramos las raíces de algunas de las enseñanzas más grandes del mundo sobre la honestidad, la tolerancia, la no violencia, la castidad, la generosidad y todo lo que es bueno. Pero la bondad misma se está convirtiendo en el nuevo vicio. Las descripciones de personas como "bienhechores" y "corazones sangrantes" (una referencia directa a una descripción católica del amor de Jesús) ahora se consideran términos de burla y desprecio (en lugar de cumplidos), mientras que la última palabra para describir algo que es popular y que digno de obtener es la palabra "malvado" ("wicked" en inglés). Lo bueno se llama malo, y lo malo se llama bueno. (Isaías 5:20)
En todo nuestro alrededor, las máscaras se están cayendo. Y nuestra propia respuesta a este gran cambio es abrumadoramente ambivalente.
Nos regocijamos por el fin de la hipocresía. Las personas ya no se confundirán por las falsificaciones. Y por todos los medios, eliminemos las falsas pretensiones. Pero también nos desesperamos ante la abrumadora oposición que esto ha creado contra la virtud genuina, la fe genuina, el amor genuino.
Entonces, no debemos perder la esperanza; pero tampoco debemos entretener falsas esperanzas. La batalla va a ser una batalla cósmica, cuyos verdaderos ganadores no serán juzgados por la cantidad de votos que puedan obtener. Los verdaderos ganadores serán aquellos que permanezcan fieles a las virtudes que provienen de una perspectiva eterna, de Dios El Creador del universo y de su Hijo unigénito, Jesucristo - sin importar si era popular o no.