Sigmund Freud desarrolló la teoría, a veces conocida como "Proyección Freudiana", para describir el proceso mediante el cual, los sentimientos inaceptables o amenazantes de una persona, son reprimidos y luego atribuidos a otra persona. Queremos hablar de este tema, en relación con la enseñanza Cristiana de tratar a los demás de la forma en que te gustaría que te traten a ti mismo.

Algo con cual nos encontramos con una frecuencia inusual, es la tendencia que tienen algunos de nuestros opositores más feroces a condenarnos por cosas que no hemos hecho, o por malos motivos que no hemos tenido. ¡Entre otras cosas, hemos sido acusados de ser una "secta sexual", de ser "controladores obsesivos" y de ser unos "estafadores", cuyo objetivo es robarle el dinero a las personas! Si bien, ninguno de nosotros es inmune a ser lujurioso, controlador o codicioso, existe un beneficio al estar del lado receptor de tales acusaciones, y es que tenemos conocimiento directo de que son tergiversaciones graves o totalmente fabricadas. Sería difícil encontrar otra comunidad cristiana con estándares más altos sobre castidad, democracia y frugalidad que la nuestra. A la luz de esto, tenemos la confianza de que las personas que nos juzgan en estos casos, pueden estar teniendo problemas ellos mismos con la lujuria, con el control obsesivo o con la codicia. Sin embargo, en lugar de enfrentar sus propias fallas, han optado por proyectar esas fallas sobre nosotros, lo cual, por lo general, habla mucho más acerca de ellos mismos que de nosotros.

Se pueden encontrar varios casos de "proyección" en la Biblia. Jesús a menudo tuvo que lidiar con las acusaciones santurronas de la jerarquía religiosa de su época... acusaciones que reflejaban las faltas de sus acusadores, más que sus propias faltas. Tomemos por ejemplo a los escribas que vieron maldad en Jesús sanando y perdonando a un hombre enfermo (Mateo 9: 2-6). Casi con certeza, esto reflejaba su propia tendencia a hacer y a decir cosas religiosas como una forma de explotar a las personas, en lugar de amarlas genuinamente. Judas también parecía estar proyectando su propia avaricia sobre Jesús, cuando lo reprendió por permitir que se le vertiera un ungüento caro sobre sus pies (con el pretexto de que el dinero que costó hacer eso, podría haberse usado para ayudar a los pobres). Más tarde nos enteramos de que Judas "era un ladrón", robando regularmente de la bolsa de dinero que había quedado a su cargo (Juan 12: 3-6). Algunos otros ejemplos de los que consideraría una proyección en el Nuevo Testamento se pueden encontrar en Marcos 7: 1-23, en Juan 8: 3-9 y en Hechos 8: 18-23.

Jesús nos instruye a juzgar justamente (Juan 7:24). Él nos exhorta a no condenar a nadie, porque la forma en que juzgamos a los demás es directamente proporcional a cómo nosotros mismos seremos juzgados (Lucas 6:36-38; Marcos 11:25-26; Mateo 6:12). Lo que cosechamos es, en última instancia, lo que sembramos (Gálatas 6:7). Cuando lo piensas, estas declaraciones son muy parecidas a la Regla de Oro, la cual menciona que debemos tratar a los demás de la misma manera en que nos gustaría que nos traten. De hecho, estas declaraciones van un paso más allá, al decir que SEREMOS tratados de la misma manera en que hemos tratado a los demás.

Nuestra actitud al criticar a alguien es extremadamente importante: ¿estamos buscando fallas o estamos tratando de dirigir a esa persona hacia la resolución de un problema? El tener un prejuicio, generalmente influye negativamente en el resultado. Conduce a un mecanismo de "buscar y encontrar", por el cual sólo la información que respalda nuestro prejuicio se considera digna de prestarle atención, y dicha información se registra como evidencia para respaldar nuestra conclusión previamente formulada. Esto puede conducir a muchas acusaciones falsas, y posteriormente, a una condenación falsa. Es importante poder reconocer cuando tenemos un prejuicio. El mantener irracionalmente una sospecha hacia alguien sin ninguna evidencia que la respalde, y sin una disposición de querer abandonar el asunto, es una fuerte indicación de que sí lo tenemos.

Se dijo de Jesús que "él conocía a todos los hombres" y que "sabía lo que había en el hombre" (Juan 2: 24-25). La razón por la cual Jesús tuvo tal discernimiento divino, fue porque su juicio era "justo" o totalmente imparcial (Juan 5:30). En cada situación, eligió no buscar su propia voluntad, sino la voluntad de Dios. La manera de ser libres para conocer la verdad, es el poder reconocer y resistir nuestras propias tendencias egoístas, superando así, cualquier prejuicio que podamos tener, que, de lo contrario, distorsionaría la claridad de nuestro juicio. Jesús hizo esto continuamente. Incluso cuando se enfrentó a la aterradora realidad de la Cruz (Mateo 26:39), oró: "No se hará mi voluntad, sino la tuya".

Para poder conocer la verdad, Jesús eligió sacrificar sus propias inclinaciones egoístas, y en vez permitir que Dios le hablara a él, y a través de él. La sabiduría del verdadero amor piadoso se debe de muchas maneras a su imparcialidad. Si deseamos tener un discernimiento justo, debemos seguir el ejemplo de Jesús de escuchar y obedecer constantemente a Dios, o lo que a veces llamamos "escuchar lo que no queremos escuchar".

Sócrates dijo una vez: "Conócete a ti mismo". Una de las cosas más comprensibles acerca de la proyección, es que la única forma en que posiblemente podemos conocer a otros, es a través de conocernos a nosotros mismos; y entonces, cuando sentimos la tentación de hacer algo, suponemos naturalmente que los demás sentirían algo similar en circunstancias similares, aunque a veces no estarían tan inclinados. Cuando el conocimiento sobre nosotros mismos se usa para ayudar a otros, esto puede conducir a una forma positiva de "proyección" (1 Corintios 8: 1). Sin embargo, nuestras proyecciones pueden volverse negativas fácilmente si elegimos negar la existencia de problemas no resueltos en nuestras vidas. La consecuencia más probable de esto es que terminaremos transfiriendo nuestros propios problemas a otra persona.

Se ha dicho, que "perdonar es divino, pero olvidar es tonto". El tener información de antecedentes sobre los pecados recurrentes de una persona, puede ser útil si podemos usar este conocimiento para ayudarlos. Sin embargo, puede ser tentador adoptar una mentalidad perezosa, y dar por perdido a una persona por algo que quizás no haya hecho en el presente, debido a algo que ha hecho en el pasado. Del mismo modo que no deseamos que alguien nos etiquete o nos descarte debido a nuestros propios fracasos del pasado, debemos resistir el querer hacerle lo mismo a ellos. ¿Cómo podemos esperar que las personas nos dejen espacio para el crecimiento y el cambio si no les permitimos a ellos un espacio para el crecimiento y el cambio? Es por eso que el perdón es un aspecto tan esencial de la Regla de Oro, y una condición necesaria para que podamos hacer juicios justos.

Jesús dijo que deberíamos "sacar primero la viga de [nuestro] propio ojo" si deseamos poder "ver claramente para sacar la paja del ojo de [nuestro] hermano" (Mateo 7: 3-5). También instruye a sus seguidores a "tened sal en ustedes mismos; y tened paz los unos con los otros" (Marcos 9:50). ¡Creo que la razón por la cual Jesús nos pide que seamos más duros con nosotros mismos que con los demás es para compensar nuestra tendencia natural a hacer todo lo contrario!

El ser capaz de discernir y entender el comportamiento de los demás no es ciencia espacial. Lo que se necesita es la voluntad para percibir las cosas como realmente son, incluso si la verdad es que estamos equivocados. Si aprendiéramos a juzgarnos a nosotros mismos primero, es probable que nuestro juicio hacia los demás sea mucho mejor (1 Corintios 11: 31-32). De la misma manera, si aplazamos nuestras sospechas y elegimos ser lentos para encontrar fallas en los demás, existirán muchas menos posibilidades de que lastimemos a otros, al hacer acusaciones y juicios precipitados. Es posible que descubriremos que otros serán menos rápidos en hacernos lo mismo también. El reconocer el mal en nosotros mismos y el bien en nuestros adversarios puede ser la clave para hacer "proyecciones" justas y para aplicar correctamente la Regla de Oro.

En el artículo "Discernimiento", se describe lo simple que es discernir a las personas a través de escuchar lo que dicen, o prestando mucha atención a lo que escriben. De lo que está lleno el corazón, habla la boca (Mateo 12:34). Además de juzgar nuestro propio espíritu, es crucial observar la evidencia real proporcionada por personas o situaciones si deseamos percibir las cosas con exactitud.

En resumen... lo que proyectamos en los demás suele ser una señal de lo que existe en nosotros mismos. A la luz de esto, vale la pena buscar el bien en los demás y reconocer la tendencia de imponer a los demás nuestros propios prejuicios y problemas no resueltos. El proyectar en sí mismo, puede no estar errado. Más bien, es lo que estamos proyectando, el por qué estamos proyectando y cómo estamos proyectando, lo que necesitamos discernir mediante un autoexamen honesto y constante. La aplicación de la Regla de Oro, es decir, "proyectar hacia los demás como quisiéramos que ellos proyecten hacia nosotros", es probable que haga que nuestros juicios y los de las personas que juzgamos, sean más verdaderos.

¡La verdad puede reflejarse cuando no se proyectan nuestros prejuicios!


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