La honestidad del sistema se enfoca en cosas exteriores tales como no robar lapiceras de la oficina, no hacer trampa con los impuestos o no estafar. Pero la honestidad cristiana se enfoca en ser honesto con Dios y con uno mismo para poder ser verdaderamente honesto con los demás.
Uno de los peores nombres que se le puede dar a alguien es el de "mentiroso". Pero esto es, en sí mismo, una mentira hipócrita silenciosa. La verdad es que todos engañamos a los demás de vez en cuando. Lo hacemos para evitar vergüenza, para no lastimar los sentimientos de los demás, para ocultar información a las personas en las que no confiamos. Aun cuando nos rehusamos a contestar, estamos escondiendo alguna verdad. El engaño es el propósito de las mentiras.
Como la persona que "comete el adulterio en su corazón", todos somos mentirosos en nuestro corazón porque todos engañamos. Sin embargo, hacemos un chivo expiatorio de la persona que ha sido expuesta en el acto de mentir, como hicieron los fariseos con la mujer sorprendida en el acto de adulterio. No queremos confrontar la verdad de que nosotros mismos somos mentirosos.
Algunas organizaciones que ingresaban Biblias de contrabando en los países comunistas a menudo se jactaban de que no tenían que mentir cuando cruzaban la frontera (mientras que las otras organizaciones sí tuvieron que hacerlo). Pero el engaño sí fue utilizado de los que se jactaban de no haber "mentido". Como resultado se han sentido superiores a los que sí mintieron, aunque ellos mismos también engañaron a las autoridades.
¿Por qué engañarnos en pensar que somos más honestos de lo que realmente somos? Si pudiéramos ser más honestos sobre nuestra falta de honradez (y sobre nuestro engaño) podríamos descubrir otras verdades sobre nosotros mismos también. Podríamos confrontar los temores y el rencor que hemos tratado de pretender por años que no existieron. Podríamos confrontar nuestro orgullo, avaricia, pereza y codicia sexual. (¡Levanta la mano si jamás has mirado imágenes pornográficas!) Este tipo de honestidad, de reconocer verdaderamente nuestros propios pecados, nos ayudará a ser más agradables con los otros, ya que nos llevará a ser menos duros con las personas que no han sido tan astutas en esconder sus pecados.
Cuando las personas no pueden reconocer la verdad sobre ellas mismas, cargan sus subconscientes con toda la información que sus mentes conscientes no quieren admitir. Es como una persona de doble personalidad en la que una de las personalidades le hecha la culpa a la otra por ser mala, mientras que ella misma se cree buena por nunca decir mentiras a pesar de mentirse a sí misma sobre la existencia de la otra personalidad.
Los cristianos deberíamos ser capaces de admitir la verdad sobre nosotros mismos más que cualquier otra persona, porque sabemos que Dios (quien sabe lo peor de cada uno de nosotros) igualmente nos ama y nos perdona. Si Dios nos puede perdonar y aceptar como Sus amigos a pesar de nuestros pecados, entonces ¿por qué preocuparnos de lo que piensan los demás sobre nosotros?
Esto no significa que debamos darles a todos toda la información que nos pidan, ni que debamos decir todo lo que pensamos a los demás. Habrá situaciones en las que no vamos a poder ser completamente honestos con los demás. Pero sí significa que podemos ser honestos sobre nuestra falta de honestidad y no pretender que somos completamente inocentes.
Este tipo de honestidad nos ayudará a ser individuos más completos, y traerá libertad y entendimiento a cada aspecto de nuestras vidas (Santiago 5:16, Juan 8:31-32).