Es asombroso el nivel de disciplina que algunos atletas ejercen para sobresalir en su deporte. Todos los días se toman horas para desarrollarse en forma física, en velocidad y resistencia. Para sobresalir, tienen que aprender a empujar más allá de lo que se llama "la barrera del dolor". Pero cuando tienen éxito, salen del otro lado como ganadores.

Hemos notado, sin embargo, que el deporte es una de las pocas áreas de la vida occidental en donde la disciplina física sigue siendo animada (aparte de las fuerzas armadas). Vivimos en una generación de soluciones fáciles y rápidas. Se espera que las drogas de alguna forma u otra vayan a resolver todos nuestros problemas físicos (y para algunos incluso problemas espirituales y emocionales). Las drogas van desde legítimas drogas recetadas y alcohol, hasta drogas peligrosas e ilegales.

En medio de todo esto parece que hemos olvidado que el sufrimiento es una parte inevitable de la vida en el mundo real. Muchos de nosotros buscamos un mundo donde no hay dolor, sufrimiento, ni muerte. Huimos de y nos rebelamos en contra cualquier cosa que trata de devolvernos a esta realidad.

Desafortunadamente, la mayoría de nosotros pensamos que la felicidad significa ser libre del dolor y del sufrimiento. Suponemos que la felicidad y el dolor son opuestos; pero esto es una suposición muy equivocada. La felicidad siempre es inaprensible porque no se puede tener como un fin en sí mismo. Es un producto secundario de una vida bien vivida. Y el sufrimiento es parte de cualquier buena vida. Así que cuando buscamos evitar todo dolor (sea físico, mental, o espiritual), en realidad nos quitamos verdadera felicidad.

Hasta épocas recientes, los cristianos aceptaban que el sufrimiento iba a ser una parte necesaria de sus vidas (2 Timoteo 2:12, y 1 Pedro 1:6-7). Esta actitud los ayudaba a superar su dolor y sufrimiento. Los purificaba, hacía más fuertes, más compasivos, y utilizables para Dios.

Aprender a sufrir comienza con el nacimiento (la primera prueba de la resistencia del bebé), y debería continuar durante el resto de la vida. Todos tenemos que aprender a tratar con los pequeños dolores de formas positivas cuando somos chicos, para que podamos manejar dolores mayores cuando somos más grandes. Los padres que sobreprotegen a sus hijos impiden el proceso de su maduración. Todos tenemos que aprender a tratar con el dolor para ser adultos. Tenemos que cometer errores, y aprender de ellos, para ser más fuertes y sabios. Evitar errores y los dolores asociados con ellos (por medio de retirarnos de la batalla) nos mantiene para siempre inmaduros.

A veces cuando se juntan algunos misioneros que se conocen desde hace años, se ponen a rememorar tiempos pasados. Es interesante que pocas veces hablamos de un viaje a un parque de diversiones o fiestas con celebridades. Lo que la mayoría de nosotros hablamos, en cambio, son los tiempos duros que hemos pasado; y lo hacemos con mucho entusiasmo y alegres recuerdos. Los tiempos difíciles, peligrosos, y dolorosos, nos han dado nuestros tesoros espirituales más grandes. Nos han unido y nos han ayudado a ser lo que hoy somos.

Encontrar el significado del sufrimiento requiere esfuerzo, y cierta medida de disciplina mental. Mientras nos apartemos de una actitud que dice "¿Por qué yo?" hacia una actitud que diga "¿Qué puedo aprender de esto?", Dios nos ayuda con su gracia, dándonos esperanza y fuerza. Mientras sigamos tratando, Dios, y a menudo otros, continuarán ayudándonos. Sólo es cuando nos damos por vencidos que no hay esperanza. Nadie, ni Dios, lo puede hacer por nosotros. Dios no va a forzarnos en contra de nuestra voluntad. Nos toca a nosotros seguir intentando, y cuando lo hagamos, encontraremos que Dios está debajo de nuestra carga pesada y la levanta junto a nosotros.

La biblia dice que incluso Jesús aprendió obediencia por medio de las cosas que sufrió (Hebreos 5:8). La próxima vez que nos encontremos con algo que nos da dolor, deberíamos recordar que eso también es parte de la voluntad de Dios para nosotros. Por más doloroso que sea, es parte del proceso que Dios tiene para perfeccionarnos, para hacer que salgamos como oro. ¡Sin dolor, no hay ganancia!


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