En el octavo capítulo de Hechos (Hechos 8:9-24), se encuentra la historia de Simón el mago. Fue un poderoso líder espiritual, quien tuvo una fuerte influencia sobre las personas donde él vivía. La Biblia dice que todos "desde el menor al mayor" reconocían que Simón tenía el poder de Dios en su vida. (versículo 10)

La vida de Simón cambió dramáticamente cuando Felipe llegó a la ciudad, predicando las buenas nuevas sobre Jesús. Simón podía ver la verdad en lo que decía Felipe, y se humilló ante Felipe, permitiéndose ser bautizado. Pasó de ser un gran líder espiritual en esa región, a ser un converso humilde de un nuevo movimiento religioso. Ahora, él era solo un espectador.

La Biblia dice que él solo observaba y se asombraba... mientras Felipe hacía todos los milagros y señales, y mientras Felipe recibía toda la atención. (versículo 13)

Luego Pedro y Juan llegaron a ese lugar; y ellos comenzaron a imponer las manos sobre varios individuos. Las personas a las que tocaban fueron llenas del Espíritu de Dios. No se nos dice exactamente qué fue lo que Simón observó como evidencia de que se había producido un cambio dramático en la vida de estas personas; pero sí sabemos que estaba impresionado con el poder que Pedro y Juan tenían para cambiar profundamente a las personas. Y él también quería tener ese mismo poder. (versículos 17 y 18)

Hasta ese momento, realmente no había nada de qué quejarse con respecto a Simón y su conversión al Cristianismo. Se arrepintió al oír la verdad, se humilló y luego deseó alcanzar e influenciar a otros. También parecía ser un hombre de gran discernimiento. No se había acercado a Felipe pidiéndole poder para hacer milagros o señales. Él ya los había hecho.

Pero se sintió atraído por el poder que tenían Pedro y Juan para dar el Espíritu Santo de Dios a las personas. Simón no quería deslumbrar a la gente; él quería cambiarlos profundamente. Todos estos acontecimientos en la vida de Simón fueron pasos importantes y positivos, en su crecimiento espiritual en general.

Pero la Biblia dice que Simón ofreció pagarle dinero a Pedro y a Juan, para que le enseñen las habilidades espirituales que habían demostrado, al imponer sus manos sobre las personas. Y aquí es donde Simón se descarriló.

Hace tiempo que venimos enseñando que el amor al dinero es la raíz de todo mal; por lo tanto, es fácil decir que la causa del problema aquí fue el dinero. Y hasta cierto punto lo fue. Pero date cuenta que Simón no estaba tratando de obtener dinero; estaba tratando de usarlo para obtener algo espiritual. A primera vista, eso parecía noble. Y sin embargo, Pedro lo reprendió con dureza. Él le dijo: "Que tu dinero perezca contigo si crees que el don de Dios puede comprarse. Tú no tienes nada que ver en este asunto, porque en tu interior no eres recto con Dios." (versículos 20 y 21)

Todo lo que Simón quería era poder desempeñar un "papel" en lo que había observado que sucedía a su alrededor. Había estado sentado pacientemente, esperando su oportunidad para subir al escenario. Para un artista como él, eso debió haber sido difícil. Después de todo, él sabía que tenía un gran potencial. Era un hombre con un discernimiento espiritual bastante desarrollado y, sin embargo, lo habían dejado en la banca, mientras otros recibían toda la gloria.

Parecía que los discípulos nunca le darían a Simón la oportunidad de desempeñar su papel, aunque en el fondo él sabía que tenía mucho que ofrecer al reino de los cielos. Incluso había estado dispuesto a pasar por alto el atractivo más glamoroso y sensacional de hacer milagros, para convertirse en algo mejor... un instrumento a través del cual el amoroso Espíritu Santo de Dios pudiera fluir en las personas.

Pero Pedro, Juan y Felipe, en su torpe manera egoísta, parecían desconocer totalmente los dones de Simón. A Simón le parecía que estos rudos pescadores carecían de la delicadeza que él tenía para tocar corazones e inspirar a la gente.

La conclusión obvia (para Simón) fue probablemente que Pedro, Juan y Felipe no eran tan espirituales como él. La visión que ellos tenían parecía ser una como la de las organizaciones y jerarquías. Estaban tan cegados con la importancia que se daban a ellos mismos que habían fallado en reconocer el potencial de Simón. Entonces, ¿por qué no simplemente apelar a los apóstoles con lo que obviamente ellos querían? ¿Por qué no ofrecerles dinero? Parecía algo noble de hacer para un gigante espiritual como Simón. Sacrificaría dinero para obtener poder espiritual; y los apóstoles caerían en la trampa, porque ese era obviamente el tipo de visión que tenían... una visión de presupuestos, estructuras y poder.

Pero Simón calculó mal. Poco sabía él que había juzgado a Felipe, a Pedro y a Juan según su propio materialismo reprimido, y su propio deseo de poder, también reprimido. Su rencor contra los tres, porque estaban obteniendo toda la gloria y él no, lo había cegado y no podía ver cuánto más espirituales que él eran realmente. Pedro dijo: "veo que estás destinado a hiel de amargura y a cadenas de maldad".

La amargura era el verdadero problema de Simón. Se engañó a sí mismo al pensar que era más espiritual que los demás, pero en el fondo los había odiado. Había estado celoso de su autoridad. Y había tratado de fingir tener una generosidad superior, con la intención de avergonzarlos.

Pero Pedro no cayó en la trampa. Pedro no aceptaría su "regalo", porque Simón no era un donante "digno". Pedro pudo haber parecido rudo, y pudo haber estado ocupado con muchos deberes administrativos, pero tenía humildad y una sensibilidad a las cosas del Espíritu que Simón había fallado en reconocer y apreciar.

Afortunadamente, la historia termina con un final feliz. Simón llama a aquellos por quienes había estado tan amargado, a que oren por él, para poder ser librado de su amargura. Y eso es lo que se requiere de cada uno de nosotros que nos hemos dejado engañar por nuestra supuesta superioridad espiritual. Es solo cuando dejamos de competir y cuando nos humillamos delante de los demás que podemos contribuir con algo de valor para el reino de los cielos. Hasta entonces, no estamos haciendo otra cosa más que construir nuestra propia casa, y por esta misma razón, estaremos trabajando en vano.

Por favor, si has permitido que la amargura se infiltre en tu relación con tus hermanos y hermanas en Cristo, no permitas que continúe ni un día más. No pongas excusas argumentando que otros también tienen rencor. Trata con tu rencor y deja que Dios trate con los demás. Como Pedro le dijo a Simón: "Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón". (versículo 22)


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