En este artículo hemos integrado algunas ideas con el fin de poder observar más de cerca cómo la deshonestidad eventualmente puede conducir a la santurroneria y fariseísmo.
Primero, veremos el concepto del “id” y el “Súper-ego”. Freud descubrió que se producían graves daños psicológicos si las personas se esforzaban demasiado en negar la existencia de ciertas fuerzas oscuras en lo profundo de sí mismas. Llamó a estas fuerzas oscuras nuestro “id”. Esta enseñanza ha llevado a muchos a pensar que la solución es ceder a todas aquellas fuerzas oscuras. No estamos de acuerdo con eso. Sin embargo, sí creemos que es importante que las personas se conozcan a sí mismas en términos de reconocer que de hecho tenemos un lado oscuro, a pesar de que normalmente está encubierto. El "id" es real, y cada uno de nosotros está influenciado por el.
Como cristianos, que creen que Dios nos ha perdonado todos nuestros pecados, debería ser más fácil para nosotros reconocer y admitir que pecamos en nuestras vidas que para las personas que no entienden la gracia de Dios. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que un gran número de los que profesan ser cristianos están más interesados en imitar una imagen religiosa ideal de lo que están en conocer la verdad sobre sí mismos. Y el resultado es que a menudo suprimimos (o escondemos de nosotros mismos) la verdad sobre nosotros mismos. Y la escondemos a través de una máscara que usamos, llamada nuestro “Súper-ego”.
El término “id” se refiere a los aspectos más desagradables de nuestra personalidad; mientras que el término “Súper-ego” se refiere a la imagen ideal a la que aspiramos. Es genial esforzarse para alcanzar los ideales; pero puede ser perjudicial pretender que ya los hemos logrado cuando en realidad no lo hemos hecho. En este sentido, el “Súper-ego” puede ser más peligroso que el “id” porque nunca nos permite tratar efectivamente con nuestro lado oscuro.
Podemos relacionar estos dos conceptos con el tema de honestidad. La verdadera honestidad...la clase de honestidad que puede traer genuina, profunda y permanente salud mental y espiritual...será el tipo de honestidad que reconoce las verdades más desagradables sobre nosotros mismos, y que luego se ocupa activamente de ellas. Pero, por desgracia, lo que la sociedad piensa más a menudo con respecto a la honestidad, tiene más que ver con una especie de enfoque legalista de "nunca decir una mentira".
Uno de los nombres más difamatorios que se pueden aplicar a cualquier persona en el mundo occidental de hoy en dia es el término “mentiroso”. Se supone que cualquier persona a la que se haya sorprendido diciendo una mentira es culpable de un pecado muy grave, sino de un delito. Este énfasis en la honestidad en la sociedad occidental es, en muchos sentidos, una de las mayores consecuencias de una cultura cristiana. El cristianismo pone mucho énfasis en la honestidad.
En nuestras experiencias en la India, donde el hinduismo no dice mucho sobre la honestidad, una persona que es sorprendida mintiendo descaradamente, simplemente se encoge de hombros y se ríe, como si no hubiera hecho ningún daño.
Es fácil pensar que nuestra cultura occidental (cristiana) tiene el mejor enfoque de los dos. Sin embargo, decir una mentira en la sociedad occidental moderna puede ser similar a lo que fue cometer adulterio en la cultura en la que nació Jesús. Jesús no estaba a favor de que las personas cometieran adulterio, pero estaba en contra de las personas que suponían que existía una profunda brecha moral entre los adúlteros y los no adúlteros. Así que enfatizó que el solo querer cometer adulterio (pero solo refrenarse por temor a ser atrapado) era tan malo como efectivamente hacerlo. Se parecía mucho a la psicología freudiana, ya que estaba sugiriendo que las personas que llevaban una máscara de “Súper ego” tenían un “id” que era tan malo como la de las personas a quienes condenaban. Seguramente en ese momento debieron haber críticos religiosos de tal enseñanza, quienes hubieran dicho que podría usarse para sugerir que no había nada de malo en cometer adulterio. Pero Jesús solo estaba tratando de poner un pecado (el adulterio) en perspectiva con otro pecado (el ser santurron). El adulterio vino del “id”, y la santurronería vino del “Súper-ego”.
Creemos que existe un problema similar entre mentir y engañar. El “id” nos hace mentir, pero el “Súper-ego” nos hace engañar. Uno es tan malo (o inofensivo) como el otro. De hecho, de alguna manera, engañar es más dañino que mentir, si el resultado es que nos engañamos a nosotros mismos pensando que somos mejores que alguien que dice mentiras descaradas. Cuando esta forma de engaño sucede, el engaño se convierte en santurronería
Por ejemplo, digamos que alguien acude a ti buscando refugio de un asesino y luego el asesino llama a tu puerta y te pregunta si sabes dónde está la persona. ¿Mientes directamente y dices que no sabes dónde está la persona? ¿O intentas alguna otra distracción, como cambiar de tema, para evitar responder a la pregunta?
La opción preferida es la segunda. ¿Pero por qué se prefiere? ¿No es porque técnicamente puedes exonerarte a ti mismo por no haber dicho una mentira? Y aún así has engañado al asesino. El motivo y la meta en ambos casos son exactamente los mismos: engañar al asesino y salvar a la persona inocente. Y si el objetivo es el engaño, ¿no se lograría mejor a través de una buena mentira directa?
Entonces, ¿por qué tenemos reglas morales contra la mentira? ¿No es así para que las personas no confundan y engañen a otras personas de tal manera que les hagan daño? La redacción de los Diez Mandamientos es que no debemos "dar falso testimonio" contra nuestro prójimo. En otras palabras, no dice: “No digas una mentira”. Dice que no se debe hacer algo a nuestro "prójimo" que sea perjudicial para esa persona.
Ser un testigo verdadero de nuestro prójimo significa comportarse de manera amorosa hacia nuestro prójimo. El problema no es el engaño como tal, sino que se trata de ser injusto o poco amoroso.
Si pudiéramos enfocarnos en las motivaciones, entonces podría ser más fácil para nosotros confrontar el engaño en nuestras vidas y discernir entre el engaño (o mentir directamente) que se hace por una buena razón, y el engaño (o mentir directamente) que es dirigido principalmente a lastimar a los demás o, más generalmente, a hacernos ver mejor de lo que somos.
Jesús fue instado por sus hermanos (que no creían en él) a ir a Jerusalén para demostrar su autoridad, y Jesús les dio la impresión de que no iba a ir a Jerusalén, probablemente porque representaban un riesgo de seguridad (Juan 7:2-10). En otras palabras, los engañó (o posiblemente les mintió directamente). Sin embargo, después de que se habían ido, subió en secreto a Jerusalén. Jesús hizo muchas cosas en secreto...tanto, que fue necesario que sus enemigos sobornaran a uno de los discípulos para traicionarlo, llevando a las autoridades a su escondite, y luego besando a Jesús (que puede haber estado disfrazado en ese momento) para indicar cuál de los hombres que se escondían allí era Jesús.
Todo este secretismo implica engaño. ¿Pero a quién engañaba Jesús? Estaba engañando al enemigo. Y ese es el punto principal que expresamos en nuestro artículo, ¿honesto a quién? El problema no es si mientes (o engañas) o no, sino cual es el motivo qué mientes (o engañas) y a quién le estás mintiendo o engañando. Hay razones correctas para engañar y personas correctas para engañar. Sobre esta base, no hay problema con mentirle al asesino en la ilustración anterior. El asesino es el enemigo. Pero cuando empezamos a mentir o engañar a nuestros amigos, entonces estamos en problemas espiritualmente.
Habrá un clamor religioso cuando la gente lea que parece que estamos tolerando mentir (en la ilustración sobre el asesino que viene a la puerta); pero antes de que salten a atacarnos, deberían preguntarse si las iglesias tolerarían el engaño en tal situación. Y si lo hicieran, entonces solo hay una pequeña diferencia entre el engaño y la mentira, y el objetivo es el mismo en ambos casos.
¿Por qué colar a tal mosquito? Si no reconocemos que ambos representan el mismo espíritu, entonces corremos el peligro de no solo engañar a los demás, sino también de engañarnos a nosotros mismos...acerca de lo santurrones que somos realmente.
Proverbios 18:2 dice: “No toma placer el necio en la inteligencia, sino en que su corazón se descubra”. En otras palabras, la Biblia dice que ser abiertos totalmente con todos es una tontería. Bajo ciertas circunstancias, la Biblia apoya el engaño. Por ejemplo, debemos tener cuidado con lo que decimos a las personas que solo van a utilizar la información en nuestra contra. Por otro lado, debemos ser radicalmente honestos con aquellos que más nos importan. En la parte superior de esa lista debes tener a Dios y a ti mismo. Si comienzas a mentirte (o incluso a engañarte) a ti mismo, esto puede llevarte fácilmente a la oscuridad espiritual e incluso a la locura.
La Biblia habla de los hipócritas, que "cauterizan su conciencia" al mentirle a Dios (1 Timoteo 4:2). Esto es lo que hacemos cuando nos engañamos a nosotros mismos al pensar que somos mejores de lo que realmente somos. El “Súper-ego” lucha por convencernos de que no tenemos un “id”. Y tiende a negar la existencia de cosas como los impulsos sexuales, la codicia y la ira. Y tiende a negar el hecho que también escondemos cosas a otras personas, ya sea a través del engaño o de la deshonestidad. Para obtener la verdad más grande que está detrás de lo que está sucediendo, es mejor decir que, si sientes que debes mentir (o engañar) a alguien, al menos sé honesto (contigo mismo y con Dios) acerca de tu deshonestidad.
Bien, entonces mentiste y le dijiste al asesino que no sabías dónde se escondía la posible víctima. Admítelo ante ti mismo y ante Dios, y se hará poco (si es que hay) un daño duradero. Incluso puedes lograr algo bueno, en el sentido de salvar una vida. Pero si engañas al asesino (sin decir una mentira) y luego te engañas a ti mismo pensando que eres mejor que alguien que podría decir una mentira descarada en la misma situación, podrías estar "endureciendo" una pequeña parte de tu conciencia. Lo haces borrando de la memoria consciente el hecho de que usaste el engaño, y lo borraste por el motivo de que técnicamente no mentiste. Pero espiritualmente, no hay diferencia, como tampoco hay diferencia entre el adulterio y la lujuria.
El propósito del Súper-ego es ocultar la verdad sobre el id. Pero si no lo reconoces, poco a poco este Súper-ego deshonesto creará "puntos ciegos" en tu mente...áreas en las que, por lo menos, afirmarás que no estás al tanto de ningún problema, aunque otros puedan ver problemas serios y obvios. Estos puntos ciegos generalmente provienen de años de mentirte a ti mismo acerca de lo justo que eres en realidad. Es mucho mejor ser injusto y estar consciente de ello, que creerse justo por sí mismo.
No olvides que las personas santurronas también son injustas, pero son peores que otras personas injustas porque son inconscientes de su santurronería; y son inconscientes, porque han negado la presencia del “id” en su vida cotidiana.
El “Súper-ego” puede ser bastante cruel al negar el “id”. Tendrá que llegar a casi cualquier extremo para evitar confrontar la verdad sobre sí mismo. En casos más extremos, puede resultar en la locura. ¡No es de extrañar que Jesús dijo que Él vino por los pecadores y no por los justos! La verdad era que todos ellos eran pecadores; pero las personas religiosas de su época habían ocultado su pecaminosidad durante tanto tiempo que se habían convencido totalmente de su justicia y no podían tolerar a nadie que sugiriera lo contrario.
Entonces, ¿qué sucede cuando aparece Jesús (o incluso cuando aparece algún otro individuo que esté dedicado a conocer la verdad)? La espontaneidad completamente genuina de Jesús se torna condenatoria para la persona piadosa, religiosa, reprimida e inflexible. Jesús, y aquellos que buscan seguir sus pasos, condenan a las personas santurronas del mundo por medio de su honestidad, y las personas santurronas las odian a cambio. Todo este odio es un intento de proteger al Súper- ego de estas personas, de la verdad sobre su “id”. Para ser más específicos, es un intento de un engañador de huir de la verdad sobre sus engaños.
La respuesta para cualquiera que quiera cambiar, es que debes enfrentarte a la verdad sobre ti mismo. Admite que engañas a la gente y que te has engañado a ti mismo, y luego comienza a orar a Dios por un mejor discernimiento sobre cuándo está bien engañar y cuándo no. Cuando no está bien engañar, entonces debes decir la verdad y enfrentar las consecuencias. Cuando está bien engañar, entonces ve adelante y hazlo (ya sea por medio de mentiras directas o no), pero no te engañes a ti mismo pretendiendo que no has engañado a nadie.
Si no estás seguro de si este estudio se aplica a ti, considera algunas de las técnicas que las personas usan para escapar de la verdad y pregúntate si tú también las usas a veces. Si las usas, entonces pregúntate si las usas intencionalmente. En otras palabras, ¿consideras conscientemente si es apropiado o no engañar a alguien, y luego eliges conscientemente hacerlo si es apropiado? El problema aquí no es si debes dejar de engañar a la gente, sino que más bien el problema es si te engañas a ti mismo sobre el hecho de que lo estás haciendo.
Ahora discutiremos algunas maneras de escaparnos (o esconder) la verdad.
La forma más común en que engañamos a otras personas es simplemente no diciendo nada. Podríamos elegir confesar nuestras faltas a todos los que conocemos; pero eso no es necesario, y hay mucha gente que preferiría no escucharlas. Sin embargo, si no confesamos nuestras faltas a nadie, pronto podríamos dejar de confesarnos a nosotros mismos o a Dios.
Santiago 5:16 dice “Confesaos vuestras ofensas unos a otros” como un medio para ser "sanado". Cualquiera sea el efecto que esto pueda tener sobre las enfermedades o lesiones, no hay duda de que la confesión es buena para el “alma”. Hay una sanación espiritual que viene de poder salir y declarar tus faltas al menos a otro ser humano.
Los protestantes, que se oponen a que los católicos confiesen sus faltas a un sacerdote, a menudo no logran ser específicos incluso con Dios cuando se trata de sus faltas y pecados. Se esconden detrás de una doctrina vaga y generalizada acerca de que “todos somos pecadores”; pero tan pronto como alguien sugiere que pueden ser culpables de pecados específicos, no quieren hablar de ello. A menudo, están huyendo de la verdad sobre sí mismos, y se están engañando a sí mismos respecto a la sanación espiritual que podrían obtener si simplemente confesaran su pecaminosidad en asuntos específicos.
Cuando alguien comience a presionarte con preguntas sobre los pecados que estás ocultando, darás rienda suelta a tu deshonestidad si te vuelves evasivo en tus respuestas. Puedes engañarte pasivamente con solo no hablar nunca de ello. Pero cuando se te enfrente con preguntas que tendrás que responder, probablemente vas a necesitar tomar medidas más activas para alejarte de la verdad.
Fingir “mala memoria” es una forma de evasión. Simplemente dices que no puedes recordar. A menudo se usa en los tribunales, especialmente en países donde una persona no puede negarse a testificar con el argumento de que pueda incriminarlos. Pueden decir que no recuerdan casi nada, y es prácticamente imposible que el tribunal los condene por perjurio; ¿Quién puede decir que en realidad no han olvidado lo que dicen haber olvidado?
El problema es que una persona religiosa no puede vivir con el hecho de que mienten acerca de haber olvidado algo, por lo que tratan de hacer que su propio testimonio sea "verdadero" borrando de su mente todo recuerdo del incidente. Esto es lo que llamamos “mala memoria” en lugar de olvidar algo genuinamente o simplemente mentir..
La persona que finge “mala memoria” pone un marcador en esa área de su memoria. Que dice, “fuera de alcance, para no ser expuestos”. En esencia, simplemente eligen “quemar” esa parte de su cerebro y hacer de cuenta que no existe (en un esfuerzo por hacer que la mentira técnicamente no sea una mentira), o “cauterizar su conciencia” si prefieres términos más bíblicos. De esa manera, pueden decirse a sí mismos que realmente han olvidado la información que no quieren confrontar, y técnicamente no habrán dicho una mentira.
Esta forma de auto-engaño es extremadamente peligrosa y, sin embargo, está bastante extendida. La gente re-escribe regularmente la experiencia personal para que se ajuste a una imagen más favorecedora de sí misma. Es tentador decir que un poco de esto es inofensivo (ya que todos lo hacemos), pero la verdad es que incluso el más mínimo auto-engaño nos limitará en nuestra capacidad de crecer espiritualmente. Y mucho auto-engaño puede tener efectos devastadores.
Jesús habló sobre las personas que "caen en la roca" en relación con la verdad que Él enseñó (Mateo 21:44). Dijo que la verdad los "quebrantaría", pero también dijo que "los liberaría" (Juan 8:32). Lo que Él estaba diciendo es que hay dimensiones de liberación espiritual que solo pueden ocurrir cuando estamos dispuestos a enfrentarnos a verdades incómodas sobre nosotros mismos. Cuánto más lleguemos a conocer y comprender nuestras propias debilidades y faltas, más fácilmente podremos descubrir nuestro potencial espiritual completo.
Pero hay otras estrategias que la gente usa para evadir la verdad. Incluso fingir “mala memoria” puede no funcionar si hay otra persona que insiste en arrojar la evidencia de nuestro pecado en nuestras caras. Cuando esto sucede, para mantener nuestro auto-engaño, tendremos que tomar medidas aun más agresivas.
Podemos, por un corto tiempo, decir que no entendemos de qué están hablando. Pero fingir confusión es solo un desvío temporal destinado a demorarse intencionalmente. Una forma más efectiva de evasión es retirarte físicamente de la presencia de la persona que te enfrenta con la verdad acerca de ti mismo.
Puedes decir cortésmente que "volverás" a la persona más tarde, o excusarte para "irte y pensar" lo que se ha dicho, y luego hacer todo lo posible para evitar a la persona o situación que amenaza con confrontarte con la verdad sobre ti. Si un escape cortés no funciona, simplemente puedes darte la vuelta y correr.
Sin embargo, cuando todo lo demás falla, la defensa final del engañador es una buena ofensiva, y es cuando las personas comienzan a atacar al que amenaza con exponer la verdad sobre sí mismos. Es precisamente por eso que Jesús fue crucificado, y por lo qué sería crucificado de nuevo hoy en día. Cualquier predicador sabe que si te vuelves demasiado específico acerca de los pecados de la congregación, se volverán contra ti. Y si no cedes, harán todo lo posible (incluido el asesinato) para silenciar la voz de la conciencia.
La religión tiene el hábito de fingir justicia por medio de predicar contra los pecados del mundo. Pero los pecados específicos y las partes específicas del mundo que se critica generalmente se eliminan de la congregación que recibe el mensaje. A menos que mínimamente la mitad de la congregación esté convencida de que no están siendo criticados personalmente por el predicador, la popularidad, el empleo e incluso la vida misma del predicador podrían estar en peligro.
A menudo nos encontramos con personas que nos ponen a prueba para ver si nos unimos a ellos para condenar los pecados de otras religiones y de otras denominaciones, y para ver si nos detendremos un poco en condenar sus propios pecados y los de su propia congregación. Cuando nos negamos a ayudarlos en tal auto-engaño, se vuelven contra nosotros.
Eso sí, solo criticar a todos los demás no nos hace estar bien. Debemos practicar lo que predicamos, y eso significa que debemos aplicar a nosotros mismos y también a nuestras propias congregaciones todas las críticas que aplicamos a los demás. Al hacerlo, hemos encontrado más revelación, más verdad y más poder espiritual de lo que jamás podríamos haber imaginado antes de comenzar este camino. No estamos engañados acerca de ser mas justos de lo que somos, mientras descubrimos nuevos engaños en nuestra propio “id” casi a diario. Pero al sacar a la luz estos engaños y al confesarlos, nos haremos más y más libres y más y más poderosos espiritualmente.
Esperemos que lo que hemos compartido en este artículo ayude a otros a tener el coraje de enfrentar las verdades incómodas sobre ellos mismos también.