¡Represión! Esta palabra evoca imágenes de almas desdichadas, encadenadas, oprimidas por pensamientos y emociones que se han encerrado profundamente dentro de ellas... pensamientos y emociones que buscan vías de escape a cualquier costo.

Contrasta eso con esta otra expresión: madurez emocional. Esta frase no es tan emotiva. La imagen mental aquí es la de alguien que actúa con integridad, que lleva una vida estable y productiva porque puede pensar a través de los problemas y mantener sus emociones bajo control mientras lo hace. La madurez emocional viene de estar en control de tus emociones. El mero hecho de reprimir las emociones no es realmente estar en control de ellas.

La represión es reactiva. Reprimimos los pensamientos y sentimientos porque pensamos que son inapropiados o inaceptables. Sabemos que nos arriesgamos al rechazo al expresarlos, por lo que los empujamos más profundamente dentro de nosotros, sin resolverlos nunca.

Algunas personas piensan que la forma de prevenir o resolver la represión es expresando cada pensamiento o emoción hiriente que aparece en sus mentes. Hacen un daño incalculable a sus relaciones en un esfuerzo por descargarse y “expresarse”. Sin embargo, sigue siendo una reacción, en lugar de una forma madura de resolver la tensión interna.

Incluso cuando aparentemente podemos “llevarnos bien” con la gente por fuera, y lograr evitar arrebatos emocionales de cualquier tipo, si no resolvemos nuestros pensamientos internos y sentimientos, todavía podemos terminar dañando nuestra mente y nuestro espíritu (y eventualmente a nuestras relaciones también) al reprimir lo que estamos pensando y sintiendo realmente. Así todavía estaríamos reaccionando, y todavía estaríamos siendo emocionalmente inmaduros.

Hay un límite en cuánto podemos tapar las emociones, por lo que en lugar de reprimir (es decir, encerrar) los sentimientos negativos, debemos encontrar la manera de resolver mejor los conflictos que los originaron.

La madurez emocional solo se logrará cuando tomemos decisiones conscientes (y consistentes) para juzgarnos a nosotros mismos en primer lugar, y luego actuar en formas constructivas basadas en nuestros principios y valores, en lugar de solo reaccionar emocionalmente a las circunstancias.

La vieja técnica de "contar hasta diez antes de responder" es útil solo si esos diez segundos se usan para evaluar la situación, en un intento de encontrar la respuesta que mejor contemple lo que está sucediendo. Si hacemos esto, una reacción puramente emocional puede reemplazarse con una solución constructiva.

En el espacio de tiempo entre el incidente y nuestra respuesta, necesitamos hacer varias cosas. Primero debemos ejercitar la autoconciencia, es decir, salir de nuestra propia postura y evaluar objetivamente lo que está sucediendo. Necesitamos poder distinguir entre nuestras emociones, es decir, cómo nos sentimos acerca de lo que está sucediendo, y la situación/incidente en sí, y establecer una separación clara entre las dos.

Luego debemos razonar desapasionadamente acerca de cuáles son los próximos pasos apropiados a tomar. Debemos hacer esto, y podemos hacerlo, a través de lo que nuestra conciencia nos diga y de acuerdo con lo que sea nuestra visión espiritual general y la dirección en la que nos gustaría crecer.

Luego debemos disciplinar nuestra voluntad para poner ese plan en acción, de tal manera que mantengamos nuestras emociones bajo control. Lo hacemos porque nos damos cuenta de que nuestras emociones por sí solas no nos ayudarán a lograr nuestro objetivo deseado. Y es a través de ejercitar esta autodisciplina que finalmente crecemos.

El primer paso mencionado anteriormente fue la autoconciencia. Necesitamos ser capaces de conocernos y entendernos a nosotros mismos, en términos de por qué nos sentimos así; y esto puede implicar ser capaz de entender la perspectiva de la otra persona también. Esta capacidad de entendernos a nosotros mismos se llama autoconsciencia, y es una habilidad específicamente humana que necesita ser cultivada si queremos alcanzar la madurez emocional y espiritual.

Tómate el tiempo para observarte a ti mismo en un espejo mental y para comprender qué es lo que te está haciendo reaccionar. (Comprender la perspectiva de la otra persona es solo una extensión de nuestra autoconsciencia, donde entendemos que las otras personas sienten las mismas cosas y tienen las mismas necesidades que nosotros).

El segundo paso que mencionamos fue seguir nuestra conciencia. Antes que podamos controlar exitosamente nuestras emociones, debemos haber desarrollado principios y valores específicos (por ejemplo, los que encontramos en las Bienaventuranzas en Mateo 5:3-12) para usarlos como guías espirituales y morales en tiempos de crisis emocional. Estos principios y valores ayudan a desarrollar nuestra conciencia, que es nuestro vínculo con Dios. Si abusamos de o descuidamos a nuestra conciencia, esta disminuirá. Perderemos el contacto con Dios, y perderemos nuestra integridad.

Dentro de nuestra comunidad, hemos tratado de hacer de las enseñanzas de Jesús nuestra guía espiritual y moral. Pero debemos vivir la teoría que leemos y oímos para que interioricemos esos conceptos, de modo que se conviertan en una segunda naturaleza para nosotros. Si las personas no trabajan en interiorizar estos valores, cuando vengan las dificultades terminarán reaccionando en lugar de actuar con madurez.

Junto con una conciencia fuerte, necesitamos tener algún tipo de plan o visión para nuestro futuro, y para el futuro de nuestra familia y/o comunidad. Esto puede parecer irrelevante cuando se considera impulsivamente un incidente, pero no lo es. Los objetivos a largo plazo para nosotros mismos, que son consistentes con un plan de equipo en unidad, proporcionan una estructura física desde la cual operar, de la misma manera que nuestros principios nos dan pautas espirituales para usar día a día. Ambos pueden ayudarnos a superar los contratiempos emocionales.

Un ejemplo práctico es el de uno de los equipos que tenía un objetivo a largo plazo para distribuir tratados al 2% de la población de todas las ciudades importantes de Inglaterra. Cuando conocían a alguien en la calle que quería tomarse mucho tiempo,  invitaban a la persona que quería saber más para que los ayudara a distribuir los tratados. De esa manera, el objetivo a largo plazo no se veía obstaculizado y aún podían responder a sus preguntas durante un almuerzo relajado, después de que se hubo realizado el trabajo. Por lo tanto, cumplían con su compromiso y trataban con la persona que quería saber más de una manera no reactiva. Las decisiones maduras requieren que seamos flexibles y estemos dispuestos a dejar de lado nuestras preferencias personales cuando sea necesario para enfrentar una nueva situación.

Finalmente, tenemos nuestra voluntad para resolver. Al parecer, Dios nos ha dado una voluntad porque quiere que elijamos libremente servirle, y que elijamos libremente lo que está bien sobre lo que está mal.

Ahora pongamos todos estos elementos juntos y veamos lo que obtenemos: vamos a ejercer nuestra voluntad, al elegir subordinar nuestros impulsos y emociones iniciales a la sabiduría que ha sido generada por nuestro conocimiento de lo que está sucediendo dentro de nosotros mismos, por nuestra conciencia y por nuestra visión para el futuro. Cuando hagamos esto, entonces ahí tendremos madurez emocional (es decir, dominio propio) en lugar de represión.

A continuación hay algunos consejos rápidos que pueden ayudarnos a terminar con la represión y también superar los desacuerdos.

Recuerda que nadie es perfecto: como cristianos, debemos ser capaces de pasar por alto los errores cometidos contra nosotros, considerando sinceramente cuántos de nuestros errores Dios ha pasado por alto. Durante un momento de tensión, presta mucha atención a tu conciencia recordando tus propios momentos de debilidad o "mala conducta", y deja que te guíe a un estado espiritual más manso. Una vez allí, tu nuevo espíritu más gentil estará en una mejor condición para recibir más luz de Dios sobre cómo proceder sin caer en la justicia propia.

Si esto no funciona, hay otras alternativas a continuación.

Resuelve las tensiones cuando sea necesario: Dentro de nuestra comunidad, cualquier tensión puede tratarse (en privado primero, y luego con la ayuda de otros si es necesario) hasta que se haya resuelto. Si estás dispuesto a hablar sobre el problema humildemente, no hay necesidad de reprimirlo.

Sé tú mismo: El vivir juntos siete días a la semana como lo hacemos, no hace posible mantener la vestimenta, el lenguaje y los rituales artificiales de los ambientes de culto religioso formal. Así que siéntete libre de relajar y soltar los actos religiosos que a menundo se mantienen en un entorno iglesiano.

Acepta tu sexualidad: una de las mayores áreas de represión (especialmente entre personas religiosas) es el sexo. Esta es un área donde un cierto autocontrol es esencial; pero las enseñanzas religiosas poco realistas sobre el sexo han generado sentimientos de culpa en áreas donde no debería haber culpa. Siendo discretos y respetuosos, pero abiertos y francos con respecto a los asuntos sexuales, hemos descubierto que la lista de tabúes de Dios (no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, no practicar relaciones homosexuales, etc.) es realmente bastante manejable.

Rodéate de gente honesta: Finalmente, existe una tendencia entre las organizaciones (especialmente las religiosas) a practicar la represión corporativa, es decir, fingir que no hay tensiones dentro de sus filas. No publicamos asuntos que son muy personales y privados; pero sí encontramos que ser abiertos sobre algunos problemas nos protege de tener una opinión inflada de nosotros mismos y también reduce la necesidad de represión.

"Hablar la verdad en amor" (Efesios 4:15). Trata de ser abierto con los problemas, pero hazlo de una manera constructiva.

Esperamos que algunos de estos consejos te ayuden en este camino.


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