La investigación científica ha establecido un vínculo entre el desempeño físico y espiritual, que no era evidente en los tiempos bíblicos.

Ahora se reconoce que problemas como la epilepsia y la esquizofrenia tienen raíces genéticas, mientras que en los tiempos bíblicos se habrían clasificado como posesión demoníaca. (Aunque es interesante notar que incluso en los tiempos del Antiguo Testamento, se consideraron que las maldiciones eran transferidas de generación en generación. Éxodo 20:5 y Éxodo 34:7)

Muchos problemas supuestamente "espirituales" como la depresión, la impaciencia, la lujuria, la pereza, el orgullo, la glotonería y el temor tienen su raíz en las enfermedades físicas, incluyendo infecciones, virus, hormonas y otros desequilibrios químicos.

Por ejemplo, una simple pastilla puede hacer que un esquizofrénico deje de escuchar voces o de tener delirios de grandeza. ¿Pero es esto hacer "trampa"? ¿Es acaso la oración la única arma que un cristiano tiene permitido usar, para lograr la victoria sobre semejante maldad?

No creemos que la ciencia médica ofrece la respuesta completa, pero sí creemos que lo que ha brindado debería usarse. Los genes son, de hecho, físicos. Pero lo que hacemos con nuestra herencia genética es un asunto espiritual.

Una persona puede nacer con una discapacidad y eso la hace volverse amargada, mientras que otra irradia solo dulzura. Una persona que sufre de paranoia debe esforzarse más que la mayoría para vencer el miedo; pero alguien con altos niveles de testosterona puede tener los mismos problemas, para controlar la ira o la lujuria.

La Biblia enseña principios que deberían ayudarnos a incorporar nuevos conocimientos sobre la ciencia médica en nuestra comprensión de la fe Cristiana. Las enseñanzas Cristianas acerca del amor y la misericordia son una gran parte de esto. La regla de oro es que debemos tratar a los demás como a nosotros mismos, nos gustaría que nos traten.

Un líder cuáquero le dice a una joven cuáquera, en La Cabaña del Tío Tom: "Te usas a ti misma solo para aprender a amar a tu prójimo".

Y ella responde: "Para estar segura. ¿No es eso para lo que estamos hechos?"

Si "utilizáramos" nuestros propios cuerpos como una guía amorosa para entender a los demás, nos daríamos cuenta de que incluso un resfriado común puede tener un impacto espiritual en nosotros, volviéndonos impacientes, perezosos o haciéndonos caer en depresión. En esos momentos, apreciamos recibir compasión y comprensión más de lo que apreciamos la condenación. Entonces, ¿no es razonable para nosotros mostrar la misma consideración a alguien que sufre de depresión o de comer en exceso?

Uno de los problemas con una lista muy corta de vicios es que algunas personas pueden dominar toda esa lista y, por ende, no tienen forma de sentir misericordia hacia aquellos que no lo hacen. Las iglesias que tienen reglas en contra de beber alcohol o de usar drogas, rara vez tienen reglas en contra de comer en exceso o de ser adictos al dinero. Si las tuvieran, tal vez las personas dentro de ellas serían un poco más misericordiosas con los alcohólicos y los drogadictos.

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". (Mateo 5:7) ¿Cuánto somos capaces de recordar nuestra propia necesidad de gracia por nuestros pecados recurrentes, cuando se trata de enfocarnos en los pecados de los demás?

Existe una enseñanza entre los Pentecostales y otros ministerios de "sanación" de que toda enfermedad es del diablo. Sin embargo, las limitaciones físicas de una clase u otra son universales; y son una de las mejores herramientas de Dios para enseñarnos misericordia.

Un predicador Pentecostal dijo una vez: "No hay excusa para que un Cristiano tenga una crisis nerviosa". Obviamente este hombre nunca había sufrido un ataque de nervios. El resultado fue un espíritu rígido y santurrón que podía ofrecer poco consuelo a cualquiera que hubiera sufrido uno.

Las enfermedades, las discapacidades y tantas otras experiencias en nuestras vidas que podrían considerarse como tragedias, a menudo pueden llegar a convertirse en los medios a través de los cuales Dios nos convierte en el tipo de sirvientes humildes y amorosos que realmente quiere que seamos. Es natural que oremos por salud, riqueza y protección. Pero siempre debemos estar abiertos a la posibilidad de que Dios pueda tener un llamado superior para nosotros... uno que implica sufrimiento y un fracaso aparente... uno que nos enseñe el tipo de amor que solo proviene de llevar una cruz.


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