La justicia es de mucha importancia para cualquier creyente. Queremos saber lo que es correcto y hacer lo que es correcto. Pero la justicia también puede ser una paradoja.

El Nuevo Testamento trata el problema de la "ley" con respecto a la justicia. Pablo dice que la "ley de Dios" (específicamente los mandamientos del Antiguo Testamento) es "santa" (Romanos 7:12). Sin embargo, algo se desvió cuando la gente comenzó a medir su justicia exclusivamente en base a las reglas escritas. Dios estaba tratando de enseñar ciertas disciplinas, pero la gente solo podría crecer espiritualmente siendo completamente consciente de su dependencia total a la sabiduría y justicia superior de Dios.

Aquí está la verdad de la enseñanza tradicional sobre la gracia, que tal vez no captan las personas de otras religiones, y que fácilmente podemos pasar por alto nosotros también.

Es verdad que la institución religiosa en general, ha convertido la gracia de Dios en una excusa para desobedecer todo lo que Jesús enseñó. Sin embargo, Dios siempre ha podido lograr más con los "fracasados" que con los religiosos supuestamente exitosos. Dios no quiere que seamos malos, pero sí quiere que seamos conscientes de cuán malos realmente somos... aun después de nuestros mejores intentos por ser buenos.

El momento en el que uno piensa que logró la perfección es el momento que dejará de mejorar; y mejorar es lo que Dios espera de nosotros. Es una dirección que Él busca y no un destino. El peor de los pecadores que esté tratando de no pecar más es más probable que recibe la misericordia de Dios que un santurrón presumido que se cree "santo" (Lucas 18:9-14).

La pregunta es: ¿Estás mejorando? No puedes mejorar si piensas que ya has llegado.

El pasaje tradicional sobre la comunión en Corintios pide que nos examinemos antes de compartir el pan y el vino en memoria del sacrificio de Jesús para determinar si somos "dignos" de participar. Advierte que cualquiera que comparta sin ser digno traerá condenación sobre sí mismo (1 Corintios 11:27-29). Esta es una ilustración clásica de la diferencia sobre la supuesta "santidad religiosa" y la verdadera santidad. Ser "digno" solo viene cuando estamos conscientes de nuestra propia falta de dignidad, por entender que no merecemos nada.

El ritual de la comunión simboliza la gracia de Dios; una gracia hecho disponible por la sangre que derramó Cristo. Pero este perdón está disponible solo para los pecadores. Si no eres consciente de tu estado pecaminoso, no eres digno de recibir este perdón y enfrentas la condenación.

Jesús dice:

"Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento."
(Mateo 9:13)


Claramente Él quiere que seamos justos. Pero solo podemos ir hacia esa dirección a través de reconocer que no somo justos. Somos pecadores. No tenemos que intentar ser pecadores para calificar. Estamos siempre cayendo lejos de la perfección de Dios, incluso cuando estamos intentando lo más posible en ser "buenos".

Podemos, y debemos, estar haciendo todo lo posible para mejorar nuestra relación con Dios, pero al final seguiremos siendo injustos... no dignos... pecadores con la necesidad del perdón de Dios. Es solo mediante reconocer nuestra necesidad de perdón que lo hace disponible. Es solo mediante reconocer que no somos dignos que nos volvemos "dignos" para compartir en la sangre de Cristo. Es solamente mediante reconocer nuestra injusticia que conseguimos la justicia de Dios. Cualquier otro concepto de justicia aparte de este es santurronería (o hipocresía religiosa)... el pecado de los escribas y fariseos, y algo que el apóstol Pablo creyó ser "el principal de los pecados".

Cuando Jesús mandó a sus discípulos de dos en dos, les dijo que deberían averiguar en cada pueblo quién era "digno" de recibirlos y que solo aceptaran ayuda de tal gente (Mateo 10:11). Estaba yendo en contra de la tendencia de ver a los misioneros que viven por fe como mendigos que deben ser ayudados misericordiosamente por la supuesta superioridad de la "gente buena" de la sociedad. De acuerdo con el resto de su mensaje, es claro que los que eran "dignos" de aportar a los misioneros no eran los que se sentían superiores a los discípulos, sino los que lo consideraban un privilegio poder ayudar a los mensajeros de Dios. Si hubiera alguna pequeña pista de un espíritu santurrón de parte de los que compartían de su bienes, entonces ya no eran dignos de ayudar a los verdaderos discípulos de Jesús.

Cuando verdaderamente vivimos por fe en Dios (y no de los donativos que pueden llegar por medio de otras personas), no estamos tan desesperados por fondos que necesitamos como para justificar a los donantes santurrones por temor a que no nos vayan a ayudar. Cualquier persona que se sienta ofendida por ser evaluada automáticamente se descalifica. Su propia percepción de ser "digna" es su propia condenación. Si piensas que eres digno, no lo eres.

La gente se acostumbra a ser cuestionada con respecto a su dignidad (o calificación) para un empleo, para hacerse socio de clubes y otras organizaciones, para votar, y recibir premios y honores. Se sujetan humildemente a examinaciones para comprobar si son dignos de recibir tales beneficios y, al hacerlo, aceptan la posibilidad de fallar la examinación. Pero cuando se trata de examinar si calificamos a los ojos de Dios, la gente se ofende si alguien la cuestiona. Y esto a menudo es muy evidente cuando se evalúa si alguien es digno de aportar económicamente a los mensajeros de Dios.

Ya que vivimos por fe, y repartimos literatura cristiana en lugares públicos, la gente religiosa suele pensar que es su deber "probarnos" con preguntas teológicas antes de darnos unos centavos por un cómic cristiano. Pero cuando les cuestionamos sus propias creencias o su dignidad en apoyarnos, se ofenden.

Es la naturaleza de los santurrones creerse los jueces señalados por Dios para juzgar a todos los demás y creer que nadie tiene derecho a juzgarlos a ellos mismos. Esta actitud, sin embargo, es lo que los condena a los ojos de Dios. Es lo que hace a Dios preferir al peor pecador (a los ojos del mundo) por sobre el santurrón. Si piensas que eres digno, no lo eres.

Lamentablemente, la enseñanza sobre la gracia de Dios se ha deformado en algo peor que la santurronería de los fariseos antiguos. La gente religiosa en la época de Jesús se creía justa delante de Dios por sus buenas obras, sus oraciones, ayunos y caridad. Tales personas existen hoy en día también, y continúan a darle asco a Dios. Pero la nueva generación de fariseos se cree justa por su falta de buenas obras. Ellos son orgullosos de su falsa humildad. Dicen que su dignidad se basa en su falta total de disciplina cristiana y su falta total de interés en ser disciplinados.

Esto es lo que Gandhi vio en muchos de sus amigos que supuestamente eran "cristianos". Se jactaban que ya no les importaba querer ser justos. (¡Gandhi agregaba que sus vidas mismas eran congruentes con lo que enseñaban!) Esta nueva generación de fariseos argumentan que ya están perdonados y eso es todo lo que importa. Ya que están perdonados piensan que están en un plano muy superior a otras personas como Gandhi que todavía tratan de ser buenos.

Son los descendientes de esta gente los que hoy se especializa en perseguir a personas de religiones distintas a la suya. Enseñan que los cristianos pueden cometer adulterio, estafar a sus empleados, ignorar a sus hijos, mentirse a sí mismos y a Dios, y aun así ser salvos simplemente porque no están tratando de ser buenos. Son orgullosos de su injusticia.

Cualquier grupo que se atreve a cuestionar todo este estado sórdido de asuntos es llamada una "secta" o "falsa religión", y se condena al infierno al estar tratando de "ganarse el cielo". Dicho de otra manera, las palabras consoladoras de Cristo sobre el pecador penitente se han convertido en justificación para pecar orgullosamente. Se jactan de que pecan todos los días en palabra, pensamiento, y obra, y son orgullosos de eso. En vez de hacerlos sinceramente humildes, y verdaderamente conscientes de su falta de dignidad, su estado pecaminoso los ha vuelto orgullosos, santurrones e hipócritas.

La relación entre la justicia de Dios y la justicia propia es un paradoja, porque lo que puede comenzar como humildad genuina puede fácilmente convertirse en justicia propia después de descubrir la gracia de Dios. La advertencia de Pablo a la iglesia de Corintios nunca se debe olvidar si no queremos ser desviados de nuestra verdadera relación con Dios:

"Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga."
(1 Corintios 10:12)


¡Y que los que se crean dignos se postren delante de Dios en arrepentimiento de su santurronería!



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